EL ENTIERRO

Esta será la última vez que sepas de mí. Sí, suena demasiado tajante para ser cierto, pero he de advertir que a mis veintisiete años creo reconocer cómo celebro el funeral de algo que entiendo que está ya muerto. Creo que tanto drama; tanto llanto y tanta angustia tan sólo anuncia que se acerca el entierro de un amor incierto.

Musa de la Glíptica

EL CASTIGO DE LA ORILLA


Ven.

Acompáñame a nuestra orilla. Dónde cogidos de la mano me llevaste a pasear, avanzando con torpes pasos en aquella playa pedregal. Acompáñame a dónde un día estuve viva, tan viva que sonreía, excusando mi alegría en el anhelo de brisa marina.

Que ahora, que nos alejamos de la orilla, me abandonas cargando mi cuerpo con el peso de tus sentimientos y tratas de escapar. Y te observo, con los ojos que me regaló el océano; te puedo sentir tal y como eres en realidad. 

Salen a flote entre las olas tus perversas esperanzas de verme hundida en las profundidades del mar, mientras tratas de ahogar tu sed de daño con los labios mojados en sal. No me deseas la muerte, sino el mal. 

Vete.

Mar adentro crees conocer mis miedos, y qué equivocado estás. Se que no acabas conmigo porque me quieres castigar. No vas a ahogarme con sentimiento de culpabilidad, ni mis pulmones se llenarán de chantaje impidiéndome respirar. ¿Notas eso? Huele a brisa, que azota la superficie, vete, pues no te daré el gusto; no te pienso rogar. 

No temo hundirme entre corales, mientras te observo escapar, nadando a contracorriente hacia la orilla, luchando por salvarte de esa resaca enfurecida, a la que tú mismo invocaste inconsciente de las secuelas que podía arrastrar. 

Y no vuelvas.

Agradezco el desenlace, anhelaba en esta historia un punto y final. Pues no hay peor castigo que vivir anclada en una orilla, con el agua en los tobillos, perdiendo la vida, en minuto, horas, días. El tiempo desgarrándose de pena al pasar.

Que en busca de la marea, me empujas y te alejas arrastrando tus cadenas que una vez tras otra te hacen pivotar; de bolla en bolla, de puerto en puerto, de faro en faro y siempre hasta el ancla donde me hallo. Como las olas de aquella orilla; que si vienes, que si te vas.


Nunca más.

Que esto se acabe ya. 

Musa de la Glíptica

ESTANCADA EN TACONES SOBRE LA CALZADA

No tenía ningún sentido que siguiera allí parada. A cada paso; hacia delante y hacia atrás, se endurecía el pavimento bajo sus pisadas. El suelo; cada vez más húmedo, crepitaba al recibir fuertes impactos por las escasas gotas de agua. Ella vacilaba en el mismo lugar en el que se encontraba. 

Pese a la ligera llovizna era un día seco. Apretaba los músculos de sus piernas, pues se mostraba tensa, y contraía los dedos de ambos pies una y otra vez, haciendo un leve movimiento de fricción sobre la plantilla de su zapato de tacón, opaco y negro, que tarde o temprano provocaría el descolocarla. 


Miró a ambos lados de la calzada. Primero a la izquierda, luego a la derecha. Su expresión era neutra. Pero el movimiento de su melena; La agitación de su flequillo , que sentiría como finos latigazos sobre sus mejillas, provocada por un brusco giro de cabeza, denotaba una actitud esperanzada. La perspectiva de que algo - desconocido - llegara, la sorprendiera, la ilusionara y la agarrase en volandas. 

Musa de la Glíptica

Supongo que el sueño de toda mujer alta es descubrir la ilusión de poder ser agarrada en volandas. 

CUANDO ERES TÚ, LAS COSAS CAMBIAN

Creí no saber nada del amor, pese a todas aquellas experiencias en la vida en las que el amor es mencionado, creí no haber sacado nada en claro. 

Había leído novelas; clásicas, dónde se hablaba de un amor romántico, puro, trágico. Pero también las leí actuales, dónde se dejaba el romanticismo a un lado y el amor era tratado con espontaneidad. Había visto películas, algunas te hacían sonreír, comedias con Final Feliz, otras sacaban lágrimas, durante escasos minutos eso sí, presentándote tortuosas historias de amor dramáticas, nostálgicas, melancólicas. Y también escuché historias; oí los amoríos de una amiga mientras tomábamos café, así como también escuchaba aquellas historias de amor que protagonizaban personas que apenas conocía narradas por mi familia. 

Habiendo estado tan presente a lo largo de mi vida, no entendía porqué aún no era toda una experta en la materia. No entendía porqué me sentía tan patosa al encariñarme de alguien, porqué me sorprendía al experimentar aquellas sensaciones, ni porqué me influenciaba negativa o positivamente el amor sobre mi carácter habitualmente inalterable, no me podía explicar como podía ser que no tuviera yo las riendas de mis propios sentimientos cuando estaba enamorada.



Había acumulado tanta teoría. Que no logré entenderla hasta una vez haberla puesto en práctica. Entonces es cuando empezaron a ocurrirme cosas; cosas que ya había leído antes, experiencias vividas por los protagonistas de mis novelas. Cosas que vería más tarde, en películas que me recordarían a mi propia historia. He vivido ilusiones y desengaños; al igual que todas las personas. Y sin embargo, nada se siente, nada se vive... Igual, en el amor, si no es en primera persona. 


Por eso he dejado de sentirme incómoda al desconocerlo todo acerca de este tema. Y es que del amor solo sé una cosa. Sólo he aprendido que; cuando eres tú, las cosas cambian.

Musa de la Glíptica

¿Y si te ocurriera a tí? Nunca imaginé que pudiera ocurrirme a mi. Es entonces cuando parece importante, es entonces cuando las cosas cambian

CON LOS AÑOS HE APRENDIDO

"Con los años he aprendido que la tristeza no es eterna, que los malos momentos pasan y que los buenos siempre llegan. Que el desamor puede llevarte a la locura, y que un beso dado en el momento justo todo lo cura."

  Sergio de Sa
515 DST

AMAR Y MORIR

Y lloré. Lloré lágrimas heladas al recordar lo que se sentía cuando el corazón se enfría. Gélidos ríos de agua salada atravesaban mi cara, amoratando la tez, provocando glaciales punzadas. Bajo mi desolada mirada, huyeron álgidas gotas cargadas de rabia. Y lloré. Lloré de frío en mis entrañas hasta morir congelada.


Musa de la Glíptica
Dolió. Duele. Dolerá.

LA BRÚJULA DEL TIEMPO

Cuando no pudo soportarlo más recurrió a la brújula y apuntó hacia el pasado. Y así recorrió el ayer hasta llegar al momento en el que le habían hecho daño. Entonces se vio allí; encontrándose de frente con el dolor; ellos dos. Él y ella. Paralizada; se vio incapaz de actuar ante la situación. 

Se odió por la desafortunada decisión y regresó al presente más dolida de lo que hubiera creído que podría soportar su complexión. Había fracasado. Comprendió que volver la vista hacia atrás y encontrarse con los hechos cara a cara no lograba reparar lo destrozado.
Musa de la Glíptica

Ojalá pudiera eliminar "aquello" de mi memoria.  
El olvido es un oasis en un desierto de malos recuerdos. 

MI CALMA



Estoy sentada allí, en esa terraza de Málaga que de ahora en adelante vas a recordar como tuya y mía, no como nuestra, pues eso dejó de ser hace tiempo. Estoy sentada aquí; frente a ti, después de todos estos días. 

¿Y bien? Tengo ganas de gritarte que tengo un corazón yo también. Pero entiendo tu interpretación de mi genética. Cruzo una de mis piernas; largas y definidas sobre la otra - piernas de las que me gusta presumir - mientras me acomodo en el respaldo de la silla, a la par que bajo la cremallera de mi chaqueta de cuero; no se si mala o buena – En la que me quise gastar gran parte de mi primer sueldo de soltera hará unos años - por donde asoma un escote que apenas esconde otra de las virtudes físicas de las que más me enorgullezco. 

¿Lo ves? Soy yo otra vez; culpable de haber heredado la expresión seria y serena de mi padre cuando una situación le supera. ¡Si sólo estoy a expensas! Me encantaría reprochártelo. Detrás de este rostro altivo te puedo asegurar que no hay ninguna máquina realizando cuentas. Estoy esperando que hables. No voy a responderte. Sólo quiero escucharte. 

Enserio; no voy a responderte… ¡Se bien lo que piensas! Pero no se como expresarte que sólo es ésta maldita genética; también mi madre puso de su parte; ¿Cómo no iba a diferenciarme del resto? Me acompaña a todas partes ese aroma rebelde que parece querer embriagarme de actitud antisistema. No puedo evitarlo. 

Te miro a través de los cristales de mis gafas de sol; observas como me llevo uno de tus cigarrillos a mi boca; fina y bien dibujada, y aspiro lentamente, ensuciando su boquilla sin reparo con el rojo fuego de mis labios. Siempre soñé con ser el humo de tus caladas, la droga que necesitaras… Y ahora estoy aquí, girando mi rostro hacia la derecha para no expulsar los excesos del tabaco sobre tu cara, mientras piensas “Esta mala perra debe de ser una zorra despiadada”. 

¿Cómo voy a culparte? Te lo he dicho antes; es tu interpretación de mi genética, y por suerte vives en una sociedad que comparte esa misma idea. Nadie va a señalarme como una – Chica buena. No lo parezco. 

Me levanto las gafas de sol, y peino hacia tras mi flequillo rojo arrastrándolo, dejando que me mires a los ojos; el alma de la cara. Me siento como si hubiera desnudado mi cara para tí. Te sonrío, por evitar que te intimide el simple hecho de que te devuelva la mirada. 

Sin pretenderlo; en ocasiones observo con tal profundidad que podría hacer que te perdieras en el iris castaño que acompaña mi pupila preguntándote cuántos - cientos - de hombres habrán rozado el abrazo de mis pestañas mientras desvestían las sábanas de mi cama. 

Si tuviera el valor de confesarte este pensamientos te reirías por lo de “Cientos” ¿Cierto? Lo he hecho pretendiéndolo. Pero sólo así vas a sentir cómo me siento; la figura de Femme Fatale definida con matices del Esperpento. 

¿Cómo puede alguien imaginar que una mujer así puede amar? Pues verás; pude amar más que ninguna; si te paras a analizar la situación una - última - vez más; verás que todo lo que los hombres teméis de mí es externo. Es a una estúpida máscara de mujer segura a lo que tenéis miedo. ¡Ya me da hasta asco este juego! 

Es todo tan absurdo que perdí la conciencia de lo que siento hoy por hoy hacia tu género. Con todo ello confesaré que te quise. Te quise del modo más insano; anudando mis sentimientos a tu cuerpo. Y cuando te fuiste; lo hiciste con tal brusquedad que mi corazón quedó suspendido de uno de los girones que quedaron de mis sentidos. La ausencia del tacto. 

De haber podido hacerlo; hubiera desgarrado esa expresión serena de mi rostro, me hubiera desprendido de mi físico; mutilando cada uno de los poros de mi cuerpo y hubiese anulado toda inteligencia y la fluidez de reflexiones, si con ello lograse encontrar al hombre que no me tuviera miedo. 

¿Te aterra este pensamiento? ¿Debería disculparme? Si crees que debería, sólo pídelo; porque aún me quedan fuerzas para hacerlo. Lo siento; siento no ser yo quien se dirija a ti en este momento; siento que quien hable por mi sean los restos de un amor anestesiado. De veras que lo siento. Quiero hacerlo latir de nuevo, pero no puedo. No me muevo ni me dispongo a intentarlo. 

Sí; he amado con más honestidad y sinceridad que las princesas de los cuentos de otras – Que huelen a rosas. “Chicas buenas” a las que también abandonarán, y que buscarán la calma noche tras noche, danzando de almohada en almohada, persiguiendo unos labios de las que no alcanzan a entender que ya las desterraron… En cambio yo, tu Femme Fatal, tu Venus de las Pieles, la aterradora compositora de inseguridades y pánicos, sin buscar la calma la he encontrado. La encontré anoche en una despedida y un abrazo. Existen cosas que no me callo.


Musa de la Glíptica

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