MI CALMA



Estoy sentada allí, en esa terraza de Málaga que de ahora en adelante vas a recordar como tuya y mía, no como nuestra, pues eso dejó de ser hace tiempo. Estoy sentada aquí; frente a ti, después de todos estos días. 

¿Y bien? Tengo ganas de gritarte que tengo un corazón yo también. Pero entiendo tu interpretación de mi genética. Cruzo una de mis piernas; largas y definidas sobre la otra - piernas de las que me gusta presumir - mientras me acomodo en el respaldo de la silla, a la par que bajo la cremallera de mi chaqueta de cuero; no se si mala o buena – En la que me quise gastar gran parte de mi primer sueldo de soltera hará unos años - por donde asoma un escote que apenas esconde otra de las virtudes físicas de las que más me enorgullezco. 

¿Lo ves? Soy yo otra vez; culpable de haber heredado la expresión seria y serena de mi padre cuando una situación le supera. ¡Si sólo estoy a expensas! Me encantaría reprochártelo. Detrás de este rostro altivo te puedo asegurar que no hay ninguna máquina realizando cuentas. Estoy esperando que hables. No voy a responderte. Sólo quiero escucharte. 

Enserio; no voy a responderte… ¡Se bien lo que piensas! Pero no se como expresarte que sólo es ésta maldita genética; también mi madre puso de su parte; ¿Cómo no iba a diferenciarme del resto? Me acompaña a todas partes ese aroma rebelde que parece querer embriagarme de actitud antisistema. No puedo evitarlo. 

Te miro a través de los cristales de mis gafas de sol; observas como me llevo uno de tus cigarrillos a mi boca; fina y bien dibujada, y aspiro lentamente, ensuciando su boquilla sin reparo con el rojo fuego de mis labios. Siempre soñé con ser el humo de tus caladas, la droga que necesitaras… Y ahora estoy aquí, girando mi rostro hacia la derecha para no expulsar los excesos del tabaco sobre tu cara, mientras piensas “Esta mala perra debe de ser una zorra despiadada”. 

¿Cómo voy a culparte? Te lo he dicho antes; es tu interpretación de mi genética, y por suerte vives en una sociedad que comparte esa misma idea. Nadie va a señalarme como una – Chica buena. No lo parezco. 

Me levanto las gafas de sol, y peino hacia tras mi flequillo rojo arrastrándolo, dejando que me mires a los ojos; el alma de la cara. Me siento como si hubiera desnudado mi cara para tí. Te sonrío, por evitar que te intimide el simple hecho de que te devuelva la mirada. 

Sin pretenderlo; en ocasiones observo con tal profundidad que podría hacer que te perdieras en el iris castaño que acompaña mi pupila preguntándote cuántos - cientos - de hombres habrán rozado el abrazo de mis pestañas mientras desvestían las sábanas de mi cama. 

Si tuviera el valor de confesarte este pensamientos te reirías por lo de “Cientos” ¿Cierto? Lo he hecho pretendiéndolo. Pero sólo así vas a sentir cómo me siento; la figura de Femme Fatale definida con matices del Esperpento. 

¿Cómo puede alguien imaginar que una mujer así puede amar? Pues verás; pude amar más que ninguna; si te paras a analizar la situación una - última - vez más; verás que todo lo que los hombres teméis de mí es externo. Es a una estúpida máscara de mujer segura a lo que tenéis miedo. ¡Ya me da hasta asco este juego! 

Es todo tan absurdo que perdí la conciencia de lo que siento hoy por hoy hacia tu género. Con todo ello confesaré que te quise. Te quise del modo más insano; anudando mis sentimientos a tu cuerpo. Y cuando te fuiste; lo hiciste con tal brusquedad que mi corazón quedó suspendido de uno de los girones que quedaron de mis sentidos. La ausencia del tacto. 

De haber podido hacerlo; hubiera desgarrado esa expresión serena de mi rostro, me hubiera desprendido de mi físico; mutilando cada uno de los poros de mi cuerpo y hubiese anulado toda inteligencia y la fluidez de reflexiones, si con ello lograse encontrar al hombre que no me tuviera miedo. 

¿Te aterra este pensamiento? ¿Debería disculparme? Si crees que debería, sólo pídelo; porque aún me quedan fuerzas para hacerlo. Lo siento; siento no ser yo quien se dirija a ti en este momento; siento que quien hable por mi sean los restos de un amor anestesiado. De veras que lo siento. Quiero hacerlo latir de nuevo, pero no puedo. No me muevo ni me dispongo a intentarlo. 

Sí; he amado con más honestidad y sinceridad que las princesas de los cuentos de otras – Que huelen a rosas. “Chicas buenas” a las que también abandonarán, y que buscarán la calma noche tras noche, danzando de almohada en almohada, persiguiendo unos labios de las que no alcanzan a entender que ya las desterraron… En cambio yo, tu Femme Fatal, tu Venus de las Pieles, la aterradora compositora de inseguridades y pánicos, sin buscar la calma la he encontrado. La encontré anoche en una despedida y un abrazo. Existen cosas que no me callo.


Musa de la Glíptica

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