ENTRE ESCONDITES Y LLAMADAS

Asomada desde el balcón de mi tercer piso, inclinado mi cuerpo sobre la barandilla, la buscaba recorriendo la envejecida acera que debía haber bajo el edificio. No la veía, tan solo oía el traqueteo de su maleta de ruedas por aquel pedrizo pasillo.

Las calles estaban mojadas, y grandes charcos se formaban por aquella avenida principal dónde debían pasear en carros de caballo los turistas. Miré el celeste, que quiso disimular su culpabilidad frente al desorden mostrándose con un tono azul cielo.


Dejó de sonar aquel traqueteo éntrela multitud de sonidos de la calle, y percatándome de ello, volví a mirar abajo, y la vi, de pie frente aquel paso de peatones, con la cabeza bien alta miraba de un lado a otro, esperando que se encendiera aquel muñequito verde que le cedía el paso según el código de circulación.


Aquellas gafas de sol le tapaban media cara. Durante la espera, abrió su bolso y sacó un paquete de tabaco, del cual sacó un cigarro negro, sabor chocolate. Observé por última vez la seguridad de sus gestos mientras se encendía aquel vicio contaminante. Al mismo tiempo que le daba una calada, la palpitante luz naranja de aquel semáforo se tornó a rojo logrando la detención de varios vehículos. Permaneció de pie durante unos segundos.


Entonces giró la cabeza. Me miró a través de aquellos enormes cristales negros, y como si conociera mi mayor deseo en aquel preciso momento, me dedicó una enorme calada expulsando hacia mí lentamente el humo de su garganta. Torció la esquina y la perdí de vista.


Sin cerrar la puerta volví a mi habitación, dando permiso a que el viento entrara e hiciera bailar mis cortinas blancas. En la mesilla de noche descubrí uno de sus oscuros paquetillos de tabaco, arrugado y terminado, pero no vacío. Cuál fue mi sorpresa al abrirlo y encontrar dentro una china de hachís envuelta en un billete de veinte euros.


¡Clock! Es un buen sonido para una puerta que no se cierra con brusquedad a pesar de las prisas. Aferrándome a la barandilla para no resbalar mientras bajo los escalones de dos en dos a paso largo llego hasta el portal de mi edificio y lo abandono trotando hacia la estación de autobuses la cual no se encuentra demasiado lejos. Recorro un par de calles en zigzag a paso ligero, casi corriendo.


Me abro paso entre la gente que pasea a lo largo de la calle mayor. A la derecha de los coches que cruzan la carretera un par de niños juegan peligrosamente con la raqueta. Un mal rebote de la pelota hace que ésta resbale debajo de un coche adecuadamente estacionado, golpeé un gato negro que sale disparado de su escondite ante tal espanto. El gato se cruza con una mujer mayor y supersticiosa, la cual mal pronuncia un ¡Oh! Agudo y seco, Y en un momento de desconcentración tropieza conmigo. La ayudo a levantarse y continúo andando.


Llego, pero llego tarde. Busco ansiada la ventanilla titulada “DAMAS” me adelanto a varias personas que me acusan con miradas severas y pregunto la hora de la última salida hacia Málaga. Queriendo creer que cinco minutos no es tiempo, me acerco hasta el andén número quince que de alguna forma acusadora se muestra inmenso y vacío.


Me siento en el banco tratando de recapacitar sobre los últimos veinte minutos de mi vida. Fijando la mirada en varios puntos de la estación y a la vez no viendo nada. Montones de imágenes se forman en mi cabeza. Imágenes que siempre acaban con su última calada. Pasa un autobús amarillo frente a mí, y desconcentrándome de éste modo de aquel muro que me tenía tan abstraída me decanto por buscar su número en la agenda del móvil y la llamo.


Me ilusiono durante los tres primeros pitidos de espera y me decepciono ante la señal de alguien que desde el otro lado ha cortado. Y suena la tercera canción de aquella banda sonora de una película que habla de la vida de un payaso. Y en la pantalla de mi pequeño aparato tecnológico visualizo las cinco letras que forman su nombre. Descuelgo y le hablo. Y por fin le digo todo lo creo sentir, eso y que se había olvidado una china envuelta en un billete de veinte euros.

Musa de la Glíptica

Besitos de colores a todos y todas… ¡Nos vemos y nos leemos!

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